“Curiosamente, la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro, quien se empeña en empujar en ese sentido sólo consigue cerrarla con más fuerza. Se abre hacia fuera, hacia los otros”.
J. Kierkegaard
Actualmente hay diversos estudios sobre la felicidad que tratan de explicar que es lo que nos hace realmente felices. La antigua creencia de que el dinero es la principal fuente de felicidad está quedando obsoleta a la luz de nuevas investigaciones que prueban lo contrario. Y es que aunque el progreso económico es uno de los factores que mejora nuestro bienestar, nos seguimos engañando pensando que tener más dinero nos hará más felices de lo que en realidad nos hace.
Para entender bien estos conceptos, es importante en primer lugar definir que es felicidad. Una de las definiciones más actuales gira en relación a la satisfacción que nos procura el consumo de bienes y servicios, ya sean las necesidades y comodidades de la vida o el tiempo que pasamos con la familia y amigos, haciendo deporte, descansando, etc. A partir de este concepto, la felicidad se puede definir como la maximización de los comportamientos propios capaces de aumentar esas variables, es decir, la capacidad de satisfacer nuestras necesidades.
Bajo este esquema, se desprende que el recurso escaso es el tiempo. ¿Qué relación guarda el tiempo con el dinero y la felicidad?
En su artículo “Happiness and Time Allocation” (“Felicidad y reparto del tiempo”), el profesor del IESE Manel Baucells y Rakesh K. Sarin, de la UCLA Anderson School of Management de la Universidad de California, plantean que las personas más felices son aquellas que alcanzan un equilibrio adecuado entre trabajo y descanso. Si el trabajo proporciona dinero para consumir, y el consumo proporciona felicidad, lo mismo sucede con el descanso. La amistad, la familia, dormir bien y hacer ejercicio aumentan la satisfacción personal. Aun así, muchos suelen renunciar a las actividades de descanso para trabajar y ganar más dinero en la falsa creencia de que en la medida que tengan más ingresos más felices serán.
Si bien es cierto, los autores señalan que los ricos son generalmente más felices que los pobres, demuestran también que la evolución de los índices de felicidad ha permanecido constante a lo largo de los años a pesar del espectacular aumento del PBI y de la renta real en los países desarrollados. En Japón, por ejemplo, aunque el PBI per cápita se ha quintuplicado, no se ha registrado un aumento del índice medio de satisfacción personal. Una de las razones es justamente que lo que ha aumentado también es la cantidad de trabajo para llegar a ese nivel de desarrollo, que sin embargo se ha hecho a costa de perder horas con la familia, los amigos, o el descanso personal. Es decir, tienen más dinero, pero son más infelices porque no tienen tiempo para gastarlo ni en ellos ni en sus seres queridos, que quizá hayan sido momentos inolvidables que ninguna suma de dinero hubiese sido suficiente para satisfacerlos. Ya lo decía Picasso: “Quisiera tener más dinero para vivir tranquilo como los pobres”.
Una de las variables que más influyen en la felicidad es la comparación social. Y es que solemos compararnos con personas de un estatus y nivel de vida parecidos al nuestro. Por ejemplo, es poco probable que un gerente se compare con un futbolista famoso, lo más probable es que se compare con un empresario u otro gerente como él. Y dicha comparación normalmente genera infelicidad, porque uno se compara con alguien mejor. Los autores recomiendan no compararse en sueldos, sino en virtudes y valores. Primero porque nadie conoce la vida de nadie a fondo, y detrás de ese gran salario, se pueden esconder mil dificultades. Normalmente la gente está más interesada en hacer creer a los demás que son felices que realmente tratar de serlo. En la medida en la que uno se enfoque comparándose en virtudes, la comparación será mucho más productiva, ya que el enfocarse en conseguirlas, hará que el éxito caiga por su propio peso.
Los autores concluyen también que la meditación y la oración son algunos “ejercicios de reencuadre” que pueden ayudarnos a ver las cosas en su justa medida y atenuar la insatisfacción que produce la insidiosa comparación social.
Otra de las conclusiones más interesantes del artículo se basa en lo que llaman el “sesgo de proyección”. Nosotros tendemos a pensar que el dinero nos dará más felicidad de la que realmente nos da. Baucells comenta: “Por eso creemos que tener más dinero nos hará más felices. Trabajamos más y ganamos más dinero, nos mudamos a una casa más grande en un barrio mejor, pero el sesgo de proyección hace que subestimemos los efectos de la adaptación y demos más valor del que tiene a la utilidad derivada de los artículos de consumo. Disfrutamos de un nivel de vida mayor que antes, pero no cuando nos comparamos y empezamos a identificarnos con nuestros nuevos vecinos. Un efecto pernicioso del sesgo de proyección es que empezamos a dedicar más y más tiempo al trabajo a costa del descanso, creyendo en vano que si trabajamos más seremos más felices, cuando en realidad el aumento de nuestro salario simplemente conlleva una menor utilidad total y, perversamente, una menor felicidad.”
Claramente la utilidad real obtenida bajo los efectos del sesgo de proyección es menor de la esperada. Lamentablemente el día tiene sólo 24 horas y la idea es como optimizar ese tiempo para trabajar fuerte pero también para poder disfrutarlo entre nosotros y con nuestras familias.
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