top of page

Bienvenida la adversidad 3: El valor se prueba en la dificultad


Esta semana hemos invitado virtualmente a este blog a Bosco Gutierrez, un hombre que vivió todo un calvario durante 9 meses secuestrado. Tuve la suerte de verlo en un dvd que me prestaron, y estuve buscando por Internet alguna entrevista publicada para transcribirla y dejarles que él les cuente su drama y como hizo para salir adelante. A través de este impresionante testimonio podemos concluir que la actitud tiene una importancia singular. No importa lo que venga, nuestra actitud en la adversidad, ejemplar y valiente, es lo que nos hará vivir mejor. 

La historia de Bosco Gutiérrez, un conocido y prestigioso arquitecto mexicano, es muy dura. Fue secuestrado en 1991 y permaneció retenido durante nueve meses en un pequeño cuarto. Gracias a su fe en Dios no se amilanó y supo sacarle provecho a esta situación. Dejemos que el mismo nos cuente su historia: “Una mañana me dirigí al coche. De pronto, un brazo me agarró fuerte y me dieron un golpe con un arma para dejarme inconsciente», relata. Lo siguiente que recuerda es que se despertó cuando le cambiaron de auto para llevarle al cuarto de 2 metros cuadrados donde permanecería por 9 meses: “Tenía la esperanza de salir a los dos o tres días, nunca pensé que se prolongaría tanto”, reconoce Bosco.

«En el techo de la habitación había una cámara que registraba mis movimientos y un parlante en el que me ponían continuamente música para bloquear mi sentido del oído. Estuve escuchando el mismo caset durante cuatro meses seguidos. Nunca escuché sus voces, siempre nos comunicábamos por escrito. Incluso me interrogaron mediante un cuestionario en el que tuve que dar datos sobre mi familia. Si me negaba, les harían daño.» “El día y la noche eran confusos porque «encendían y apagaban la luz cuando querían y me daban muy mal de comer” señala. Poco a poco, Bosco reconoce que empezó a «volverse loco». «Ofrecí todos los días mi sufrimiento a Dios y, cuando pensaba, me daba cuenta de que Cristo había sufrido mucho más que yo y que había dado su vida por mí al ser crucificado.

El fin de la pesadilla. Tras nueve meses de cautiverio, se acordó el pago del rescate de Bosco. Se desarrollaría en Brasil y se encargarían de realizarlo sus hermanos, pero «por problemas, no se pudo efectuar». «Yo había construido un instrumento para abrir la ventana y algún día utilizarlo para escapar». Ese momento finalmente llegó: una mañana, «el secuestrador que tenía que vigilarme se retrasó y aproveché el descuido para escapar encomendándome en todo momento a Dios». La huída no fue tarea fácil, debido a su falta de fuerzas y al impacto que le causó la luz natural. Tuvo que sortear diversos peligros hasta abrir la puerta exterior del cuarto donde se encontraba, en la ciudad de Puebla, y coger un taxi. 

“Yo entiendo mi secuestro como si Dios me hubiera dicho: no te puedo volver a meter en el vientre de tu madre, pero te voy a meter nueve meses en un cuartito para que con tu inteligencia y tu memoria decidas cómo vas a vivir tu segunda oportunidad. Entendí con todo mi ser que mi tesoro es mi gente y no mi trabajo o mi cuenta bancaria. En el cuarto lo hubiera dado todo por abrazar un minuto a uno de mis hijos. Desde entonces valoro a la gente por sus cosas positivas y no por sus errores”. 

Este hombre tuvo una valentía heroica, cuando tenía todo para echarse al olvido y deprimirse terriblemente aceptó lo que le pasaba. Cuesta hacerlo pero el que se sobrepone a su dolor  llega mucho más lejos. Quien acepta esta situación convierte el hecho doloroso en una tarea: la de reorganizar su vida contando con esa dramática verdad que se ha hecho presente. Exige tomar decisiones y una de ellas, es qué vamos a hacer para cambiar nuestra forma de ver la vida en esos momentos, y darle un sentido positivo, porque las cosas siempre pasan por algo.

Para que se enteren de primera mano, los dejo con una entrevista a Bosco publicada en http://www.diocesismalaga.es/index.php?mod=videos&secc=vertv&con=dsl&prg=bosco05 en la que él mismo cuenta lo que le pasó:

– ¿Cómo se sentía?

– Me tuvieron desnudo cuatro meses. Los secuestradores iban con capucha y jamás oí sus voces, se comunicaban por escrito. Después de tenerme tres días a oscuras me pasaron un interrogatorio: “Hasta que conteste no comenzarán las negociaciones”. 

– Contestó, claro…

– Les conté detalles de la vida cotidiana de mi familia y me sentí un traidor, me abandoné y me dejé morir. Trece días tirado en el suelo, haciéndome las necesidades encima. 

– ¿Salió de ese estado?

– Un día, uno de los guardianes me mostró un papel: “¡Viva México! (era el día de la independencia), puede tomar lo que quiera”. 

– ¿Qué pidió?

– Un gran vaso de Chivas. Me lo trajo, yo me arrastré para cogerlo porque estaba totalmente entumecido y me fui al rincón como un animal con su presa. “Esto sí lo voy a gozar”, me dije. Entonces, el otro Bosco que hay dentro de mí comenzó a hablarme: “¡A ver si eres tan hombrecito!, ofrece el whisky”. 

– ¿Y?

– “Yo ofrezco estar secuestrado”, dije. “Eso no depende de ti”, contestó mi voz interior, y tiré el whisky por el wáter. Me quedé pensando que había hecho una estupidez y me dormí. Cuando desperté, cogí el papel sobrante del interrogatorio y escribí: “Hoy gané mi primera batalla, no todo lo deciden ellos”. Así empecé a recuperar la autoestima. 

– ¿Cómo consiguió que creciera?

– Pensé que no sería muy diferente lo que yo le diría a uno de mis hermanos si estuviera en mi lugar y decidí escribir una carta como si el secuestrado fuera otro. Me puse en pie por primera vez en 19 días y recé. 

– ¿Olvidó la carta?

– Sí, pero cuando acabé el rosario la vi dobladita junto a la puerta y me puse a llorar como un idiota: “¡Recibí una carta de mis hermanos, qué maravilla!”, grité. El Bosco realista me decía: “Ya te volviste loco”. 

– ¿Qué ponía en la carta?

– “Éste no es un problema personal, es un problema familiar, y lo vamos a resolver en equipo, pero tú eres el que tiene el trabajo más importante: cuidar de ti mismo”. 

– ¿Abandonó el papel de víctima?

– Sí, entendí que mi trabajo era entregar mi cuerpo perfecto al equipo. Así estructuré mi vida, que dividí en tres columnas: salud mental, salud física y aprovecha el tiempo incluso en esas circunstancias. 

– ¿Cómo aprovechar el tiempo en un cuarto de 2 metros cuadrados?

– Lo primero era no volverme loco. Entendí que cuanto mayor fuera el rechazo más crecería la angustia, y decidí aceptar mi circunstancia, limpiar mi cuartito y controlar la imaginación. El tiempo lo medía a través de una cinta de música que ellos ponían para que no los oyera. – Eso es muy mortificador… – Yo lo convertí en un instrumento. Vivía días de 32 casetes y acabé ajustando la fecha, esas conquistas mejoran tu autoestima. También pedí una dieta muy sencilla que le recomiendo. Fruta tres veces al día, cereales por la mañana, proteína al mediodía y yogur por la noche. Corría una hora y media al día (tres casetes) y hacía un casete de abdominales. Pero estoy convencido de que el músculo más importante es la voluntad. 

– ¿En qué pensaba?

– En mi madre, que había muerto tres años antes. Recuperé un recuerdo de niño, un sueño. Estaba en el infierno, y un tipo me gritaba: “Estas aquí por no haber ayudado a nadie, fuiste egoísta, y yo estoy aquí porque nadie me echó una mano. Si me hubieras ayudado, los dos estaríamos en el cielo”. Mi madre, que era muy inteligente, me dijo: “Te acabas de dar cuenta de tu responsabilidad como cristiano, hay que ayudar a los demás”. 

– ¿Temía encontrar en el infierno a uno de los secuestradores?

– Pues sí, y que me dijera: “Te pudres en tu perfección, porque nunca pensaste que nosotros somos tan dignos y valiosos para Dios como cualquiera”. 

– ¿Y empezó a hacer apostolado?

– Recé por ellos y cuando llegó Navidad les pasé un papelito: “Señores guardianes, hoy es Navidad y no hay ni secuestradores ni secuestrado, todos somos hijos de Dios y a las ocho de la noche vamos a rezar”. A esa hora abrieron la ventana de la puerta y vi a cinco encapuchados blancos en un fondo negro. 

– ¿Qué les dijo?

– Les hablé de la humildad y les leí el evangelio. Al terminar, uno por uno me dieron la mano y experimenté la felicidad más grande. Salir de mí mismo y pensar en los otros hizo que me sintiera valiente y útil. “Arquitecto Bosco – me escribió uno de los secuestradores-, díganos de dónde saca usted la fuerza”. 

– ¿De dónde?

– Había perdido el miedo, sabía que mi vida no estaba en sus manos, sino en las de Dios. Los cinco meses restantes fueron de gran profundidad espiritual. 

– ¿Cómo salió de allí?

– Temía que me abandonaran dejándome morir. Durante meses estuve fabricando una ganzúa con un muelle del catre. La idea era usarla si me abandonaban, pero quise probarla, abrí y no pude volver a cerrar. Me veía muerto. Avancé, pasé junto a un guardián que dormía y salté por una ventana. Cuando volví al ver a mi familia escribí lo siguiente: Todo es providencia, nada es coincidencia. Todo es para bien y ante sus manos sólo hay ganadores y no perdedores. Dios sabe más y nosotros somos muy limitados. Dios nos pide un abandono de nuestros propios juicios. En esta lucha resumo todo mi secreto y quiero quitar cualquier mérito propio. Estoy convencido de que con Él podemos todo y que sin ÉL la más mínima cosa. Cuando no podemos más, nos carga en sus hombros para darnos la libertad. No te olvides de esto. Dios sabe más. Lucha con fe y perseverancia, es hora de responder porque de eso depende nuestra felicidad aquí y en la vida eterna…” 

0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page