Hace algunas semanas un lector de este blog me envió un comentario en el que me recomendaba leer este libro del mismo nombre del título del artículo: “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido”, escrito por el Dr. James Dobson. Lo singular del título me llamó la atención y no paré hasta conseguirlo. La verdad es que lo leí y tiene algunas partes muy interesantes. Paso a copiarles algunas de las que más me hicieron pensar:
“…No es fácil el racionalizar las guerras, el hambre, las enfermedades, los desastres naturales y las muertes prematuras. Pero las desdichas de esta clase, en gran escala, a veces inquietan menos a la persona que las circunstancias con que nos enfrentamos personalmente cada uno de nosotros. ¡Cáncer, insuficiencia renal, enfermedades cardíacas, síndrome de muerte infantil repentina, parálisis cerebral, mongolismo, violación, soledad, rechazo, fracaso, infertilidad, viudez! Estas, y un millón de otras fuentes de sufrimiento experimentado por los seres humanos, plantean preguntas inevitables que inquietan el alma. “¿Por qué ha permitido Dios que me ocurra esto a mí?” Esta es una pregunta que todos los creyentes, y muchos incrédulos, se han esforzado por contestar. Y contrario a lo que las enseñanzas de algunos cristianos en ciertos círculos, típicamente, el Señor no se apresura en explicar lo que él está haciendo.
Desde luego, nosotros carecemos de la capacidad para comprender la mente infinita de Dios o la manera en que él interviene en nuestras vidas. Qué arrogantes somos cuando pensamos lo contrario. Tratar de analizar su omnipotencia es como si una hormiga tratara de comprender el comportamiento del ser humano.
Por supuesto, a no ser que Dios escoja explicarnos su comportamiento, lo cual no suele hacer, sus motivos y propósitos están fuera del alcance de nosotros los seres mortales. Lo que esto quiere decir, en términos prácticos, es que muchas de nuestras preguntas, especialmente las que empiezan con las palabras porqué, tendrán que quedarse sin respuesta por ahora.
Mi consejo más importante es que, si es posible, antes que la crisis ocurra cada uno de nosotros reconozca que nuestra confianza en Dios debe ser independiente de nuestra comprensión. No hay nada malo en que tratemos de comprender, ¡pero no debemos contar con nuestra habilidad para comprender! Tarde o temprano nuestro intelecto nos planteará preguntas que no podremos contestar. Por lo tanto, permítame exhortarle a que no se desanime por los problemas temporales. Acepte las circunstancias tal y como vengan a su vida. Espere que ocurrirán períodos de aflicción, y no se desaliente cuando éstos lleguen. Cuando le llegue el momento de sufrir, acepte el dolor y fortalézcase en él, sabiendo que Dios usará sus dificultades para cumplir Su propósito, y realmente, para su propio bien. El Señor siempre está cerca de usted y más aun en los momentos que más lo aflijan. Nunca le enviará un peso más grande del que pueda cargar…”
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