Esta semana quería terminar el artículo de la semana pasada, en relación a algunas notas interesantes que tomé del libro “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido” del Dr. Dobson. Copio textualmente una carta que figura en el libro, que fue escrita de padre a hija y los comentarios del autor que más allá de sentimentalismo barato me pareció muy válida traerla al presente, sobre todo en estos tiempos en los que en el Perú, se ha abierto la polémica por legalizar el aborto. Como saben, mi posición es sumamente clara al respecto y es obviamente en contra. ¿Con qué derecho vamos a asesinar” a un niño indefenso para pagar o remendar los errores de otros? Así que hay pena de muerte para el indefenso que no tiene nada que ver y no para el agresor!!! Inclusive en los casos en los que dicen que “está en riesgo la vida de la madre”, la mayoría de esos casos no existen, no matan para vivir, sino matan para vivir mejor, como decía Gonzalo Zegarra. Esa clase de temas sin sustento ni lógica sólo pueden discutirse en países tan faltos de líderes coherentes como el Perú. Es una lástima que otros países, en teoría más desarrollados se hayan dejado llevar por esa corriente, pero en fin, para no irme del tema, copio a continuación la carta que les mencionaba y los comentarios del autor del libro, el Dr. Bryan Dobson:
“…Mi querida Bristol:
Antes que nacieras, oré por ti. En mi corazón yo sabía que serías un pequeño ángel. Y lo fuiste. Cuando naciste, en el mismo día de mi cumpleaños, el 7 de abril, fue evidente que eras un regalo especial enviado por Dios. Pero, qué regalo más maravilloso llegaste a ser! Más que tus hermosos balbuceos y tus mejillas rosadas, más que el gozo indecible de que fueras nuestra primogénita, más que ninguna otra cosa en toda la creación, me mostraste el amor de Dios.
Bristol, tú me enseñaste a amar. Por supuesto, te amé cuando eras muy delicada y linda, cuando te diste vuelta y te sentaste balbuceando tus primeras palabras. Te amé cuando sentimos el agudo dolor de saber que algo andaba mal, que tal vez no estabas desarrollándote tan rápido como los demás niños de tu edad, y también te amé cuando supimos que lo que te sucedía era más serio que eso. Te amé cuando fuimos de un médico a otro y de hospital en hospital, tratando de encontrar un diagnóstico que nos diera alguna esperanza. Y, desde luego, siempre oramos por ti incesantemente. Te amé cuando uno de los exámenes produjo que te extrajeran demasiado fluido espinal y te pusiste a gritar. Te amé cuando llorabas y gemías, cuando tu mamá, tus hermanas y yo íbamos por horas en el auto para ayudarte a que te pudieras dormir.
Te amé, con mis ojos llenos de lágrimas, cuando, confusa, te mordías involuntariamente los dedos o el labio, y cuando te pusiste bizca y luego te quedaste ciega. Naturalmente, te amé cuando ya no podías hablar, pero ¡cómo extrañé no oír más tu voz! Te amé cuando la escoliosis comenzó a torcer tu cuerpo como si fuera una “s”, cuando pusimos un tubo dentro de tu estómago para que pudieras comer porque te ahogabas con la comida, que te dábamos por cucharadas, tardándonos hasta dos horas en cada comida. Pude amarte cuando tus miembros retorcidos me impedían que fácilmente te cambiara los pañales sucios. [Cuántos pañales! Diez años cambiándote pañales.
Bristol, incluso te amé cuando ya no podías decir las palabras que más anhelaba oír en esta vida: “Papi, te amo”. Bristol, te amé cuando me sentía cerca de Dios, y cuando él parecía estar muy lejos de mí, cuando estaba lleno de fe y también cuando estaba enojado con él. y la razón por la que te amé, mi Bristol, a pesar de todas estas dificultades, fue que Dios puso su amor en mi corazón.
Esta es la maravillosa naturaleza del amor de Dios, que él nos ama aun cuando estamos ciegos, sordos, o torcidos, en nuestro cuerpo o en nuestro espíritu. Dios nos ama aun cuando no podemos decirle a él que también le amamos.
Mi querida Bristol, ¡ahora estás libre! Y espero ansiosamente ese día cuando, de acuerdo con las promesas de Dios, nos reuniremos contigo y con el Señor, completamente libres de imperfecciones y llenos de gozo. Estoy tan contento de que tu recibiste tu corona antes que nosotros. Un día te seguiremos, cuando él así lo quiera. Antes que nacieras, oré por ti. En mi corazón sabía que serías un pequeño ángel. iYlo fuiste!
Te ama, papá.
Insisto en que estos ejemplos de aflicción ilustran el hecho de que las personas dedicadas a Dios, que oran, se enfrentan a veces a las mismas clases de dificultades que experimentan los incrédulos. Si negamos esta realidad, creamos un dolor y una desilusión aun mayores para las personas que no están preparadas para afrontar esos problemas. Por eso necesitamos superar nuestra renuencia a aceptar está desagradable realidad. Debemos ayudar a nuestros hermanos y hermanas a prepararse para que puedan hacerle frente a la barrera de la traición.
Nuestro mensaje se reduce a este sencillo concepto: no hay nada que Dios desea más de nosotros que el que pongamos en práctica nuestra fe. Dios no hará nada que la destruya, y nosotros no podemos agradarle a El sin ella. Para definir este término otra vez, diré que la fe es creer en aquello de lo cual no tenemos una prueba absoluta. Es mantenernos firmes cuando la evidencia nos está diciendo que nos demos por vencidos. Es decidir confiar en El cuando no ha respondido todas las preguntas y ni siquiera nos ha prometido una vida libre de sufrimientos.
A esas personas, que acabo de describir, que han tratado de comprender la providencia de Dios, ¡les traigo palabras de esperanza! No, no puedo brindarles pequeñas soluciones satisfactorias para todas las inconsecuencias de la vida que nos molestan. Eso no ocurrirá hasta que veamos a Dios cara a cara. Pero El tiene un corazón especialmente compasivo hacia los afligidos y derrotados. El le conoce a usted por nombre y ha visto cada lágrima que ha derramado. El estaba a su lado en cada ocasión en la que algo malo sucedió en su vida. Y lo que parece ser falta de interés o crueldad de parte de Dios, es un malentendido en el mejor de los casos y una mentira de Satanás en el peor de ellos, porque nunca dejará de estar a su lado.” Dios tarda pero no olvida.
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