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¿Dónde hago falta?


Constantemente necesitamos demostrar nuestro talento, nuestro valor o nuestros logros. Somos incapaces de creernos algo si los demás no lo confirman así mediante un “like”. No nos creemos exitosos si es que no salimos en periódicos, o en las fotos de sociales o si no hablan de nosotros. Necesitamos vernos reflejados en los demás, como un espejo, para convencernos de que somos importantes. De hecho, muchos inclusive pierden familia y amigos a cambio de un “ideal” de realización personal. Sin embargo el éxito de una persona está en lo que es, no en lo que posee o en lo que otros piensen o digan de ella.

Y partiendo de ello, creo que una pregunta que deberíamos hacernos para ser realmente exitosos no es como aparentar más, sino “¿Dónde hago falta?”. Es decir, enfocarme en hacerle la vida más feliz a los que me rodean. Hoy en día, mucha gente necesita ayuda, o simplemente que la escuchen, sentirse acompañada. Muchos piensan que lo están, pero nadie los escucha realmente.

Un buen ejemplo son las redes sociales, en las que parecemos coleccionar amigos como monedas, sin diferenciar entre calidad y cantidad; reduciendo una verdadera amistad a un intercambio de fotos, saludos de cumpleaños y opiniones por messenger. Al hacer esto sacrificamos una buena conversación por simple conexión. Es paradójico porque aseguramos tener muchos amigos cuando en realidad estamos solos.

Y es que Facebook nos hace creer que siempre seremos escuchados y que nunca estaremos solos y esto crea una nueva mentalidad: “Comparto, luego existo”. Posteamos para comunicar algo y así sentirnos vivos. Creemos que al estar siempre conectados nos sentiremos menos solos, pero en realidad ocurre sin darnos cuenta lo contrario. Obviamente no estoy en contra de Facebook, lo uso, y al margen de que creo que es un canal para vender felicidad a granel, creo también que, bien utilizado, es una excelente herramienta para reconectar con muchos amigos y posicionarse en el mercado.

Decía Shini Cohen que el sentimiento de soledad, al principio, hace que una persona intente relacionarse con otras, pero con el tiempo la soledad puede fomentar el retraimiento, porque parece una alternativa mejor que el dolor del rechazo o la vergüenza. Cuando la soledad se vuelve crónica, las personas tienden a resignarse. Pueden tener familia, amigos o un gran círculo de seguidores en las redes sociales, pero no se sienten verdaderamente en sintonía con nadie.

Desde luego, tampoco debemos llegar a extremos huyendo de la soledad, porque hay una soledad buena, buscada, querida, que tiene mucho que ver con el silencio y la reflexión. Y es que si no somos capaces de estar solos ,terminaremos mal acompañados. Saber estar solo y en silencio es un aprendizaje que sirve para reconectar con uno mismo, nos dice Nuria Chinchilla del IESE en un reciente artículo en el que analiza la soledad que sufren hoy en día muchas personas.

Escuchar! Escuchar para comprender, escuchar para ayudar. Benedicto decía que callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; Hablando nunca aprendemos nada. En el silencio, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo, como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa.

Y termino preguntándome nuevamente, ¿Donde hago falta?. Pablo Ferreiro me decía que se trata de pensar más en los demás y menos en uno mismo. “El YO es el gran problema porque no da espacio al TU. No se trata de estar pendientes de lo que YO necesito. Estás ofendiendo a un TU que está esperando que lo atiendas. Búscalo. Sé capaz de percibir qué hace falta en un lugar determinado y como puedes ayudar.”

A final, el ingrediente para ser feliz, y por ende ser exitoso, es hacer felices a otros y la felicidad sin personas es como una empresa sin gente.

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