En su libro, “Las trampas del deseo” Dan Ariely escribe sobre cómo controlar los impulsos que nos llevan al error y hace un resumen bien interesante que habla sobre nuestras expectativas. Así pues, cuando creemos de antemano que algo será bueno, en general resultará serlo; y cuando creemos que será malo, resultará ser malo. Pero ¿cuán profundas son esas influencias?
Ariely nos dice: “¿Las influencias se limitan a modificar nuestra creencia con respecto a una experiencia determinada, o modifican también la psicología de la propia experiencia? En otras palabras: ¿puede el conocimiento previo modificar realmente la actividad neural que subyace al propio sentido del gusto, de tal modo que, cuando esperamos que algo nos sepa bien (o mal), real y verdaderamente nos sabe así?
Como ve, las expectativas pueden influir en casi todos los aspectos de nuestra vida. Imagine que tiene que contratar a una empresa de catering para la boda de su hija. La Cocina de Josefina publicita su “delicioso pollo con jengibre al estilo asiático” y su “sabrosa ensalada griega con aceitunas kalamata y queso feta”, mientras que Sensaciones Culinarias le ofrece una “suculenta pechuga de pollo ecológico asada en su punto y regada con una demi-glace de merlot, sobre un lecho de cuscús israelí a las finas hierbas” y una “mélange de tomates cherry con delicias verdes de la huerta, rodeada de un cálido círculo de chèvre en afrutada vinagreta de frambuesa”.
Aunque no hay forma de saber si la comida de Sensaciones Culinarias es mejor que la de La Cocina de Josefina, la retórica de la descripción de los platos puede llevarnos a esperar algo más que una simple pechuga de pollo y una ensalada de tomate y queso de cabra. Ello, en consecuencia, incrementa también la posibilidad de que nosotros, o nuestros invitados, si les damos la descripción de los platos, nos deshagamos en alabanzas sobre ellos.
Este principio, que tan útil les resulta a las empresas de catering, está al alcance de cualquiera. Podemos añadir pequeñas cosas que suenen exóticas y modernas a nuestra cocina (en Estados Unidos, por ejemplo, parecen estar en pleno auge las salsas de chipotle y mango, o la moda de servir búfalo en lugar de ternera). Puede que esos ingredientes no mejoren realmente el plato en una cata a ciegas; pero su conocimiento previo, al modificar nuestras expectativas, puede influir de manera eficaz en nuestra percepción del sabor del plato.
Pero las expectativas, obviamente, no se limitan a la comida. Cuando invite a alguien a ver una película, puede aumentar su disfrute mencionando que ha tenido muy buenas críticas. Esto también resulta esencial a la hora de labrar la reputación de una marca o un producto determinados. De eso precisamente trata el marketing: de proporcionar información que aumente el placer esperado y real de alguien.
Lo que nos enseñan todos estos experimentos es que las expectativas son algo más que la anticipación del estímulo de un burbujeante vaso de Coca-Cola. Las expectativas nos permiten dar sentido a una conversación en una sala llena de ruido aunque se pierde una palabra aquí y allá; o, del mismo modo, poder leer mensajes de textos en nuestros móviles pese a las abreviaturas que normalmente sustituyen a toda una serie de palabras. Y aunque las expectativas pueden hacernos parecer necios de vez en cuando, también nos resultan tan útiles como potentes.”
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