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ontinuando con este ciclo de artículos relacionados a “Ideas para morir mejor”, copio un resumen del siguiente capítulo del libro de Antonio Royo, un especialista en el tema:Existe el mas allá?
Desde los primeros siglos se enfrentan dos concepciones de la vida completamente distintas, la concepción materialista, irreligiosa y atea que no se preocupa sino de esta vida terrena, y la concepción espiritualista, que piensa en el mas allá.La primera podría tener como símbolo una sala de fiestas, un salón de baile y en el frontis esta inscripción: “No hay mas allá”. Por consiguiente vamos a gozar, vamos a divertirnos, vamos a pasarla bien en este mundo. Placeres, riquezas, aplausos, honores…Comamos y bebamos que mañana moriremos. Concepción materialista de la vida, señores.
Pero hay otra concepción, la espiritualista, la que se enfrenta con los destinos eternos, que cree en el mas allá y que en su frontis dice “Hay mas allá. De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”.He aquí la disyuntiva que tenemos planteada. No podemos encogernos de hombros ni permanecer indiferentes porque estamos ya embarcados. Podría comprender la carcajada del incrédulo, irreflexivo que no vive mas que para sus placeres, sus caprichos, porque es un insensato, un loco, que no se ha planteado nunca en serio el problema del mas allá, pero una persona que tenga un poquito de fe y otro de sentido común que diga “La eternidad, que me importa eso”. Eso no lo comprendo.
No hay incrédulos de cabeza, pero si muchísimos de corazón. No creen porque no les conviene creer, porque saben que si creen tendrán que sustituir sus riquezas mal adquiridas, renunciar a vengarse de sus enemigos, romper con su amiguita, etc, y no están dispuestos a ello. Prefieren vivir entregados a toda clase de placeres. Y para poder hacerlo con relativa tranquilidad se ciegan a si mismos. No quieren creer no porque tengan argumentos, sino porque les sobran demasiadas cargas afectivas.
Señores, cuando el corazón está sano, cuando no tenemos nada que temer de Dios, no dudamos en lo mas mínimo de su existencia. Ya lo dijo San Agustín, para el que quiere creer tengo mil razones, para el que no quiere creer, no tengo ninguna”.
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