Hoy les traigo un resumen de un capítulo de Las Trampas del deseo de Dan Ariely, muy interesante para descubrir como pensamos: “¿Nos hace sentir mejor un medicamento caro que uno barato? ¿Puedo de verdad hacernos sentir psíquicamente mejor que una marca más barata?.
Pero ¿de qué modo influye en nosotros la sugestión?
En general, hay dos mecanismos que configuran las expectativas que hacen los placebos funcionen. Uno es la creencia: nuestra confianza o fe en el medicamento, en el procedimiento o en la persona que nos lo suministra. A veces el mero hecho de que un médico o una enfermera nos presten atención y nos tranquilicen no sólo nos hace sentir mejor, sino que además desencadena nuestros procesos de curación internos. Incluso el entusiasmo que muestre el médico por un determinado tratamiento o procedimiento puede predisponemos hacia un resultado positivo.
El segundo mecanismo es el condicionamiento. Como los famosos perros de Pávlov (que aprendieron a salivar al oír un diapasón), el cuerpo crea expectativas a partir de una serie de experiencias repetidas. Suponga que ha pedido una pizza; cuando el repartidor toca el timbre de la puerta, sus jugos digestivos empiezan a fluir aun antes de que haya tenido ocasión de empezar a olerla.
En mi caso, por ejemplo, recuerdo vívidamente yacer en el pabellón de quemados presa de terribles dolores. En cuanto veía acercarse a la enfermera con una jeringa llena casi hasta arriba de analgésico, sentía un alivio inmediato. Mi cerebro empezaba a segregar opioides que mitigaban el dolor un antes de que la aguja penetrara en mi piel. Pero ¿y el precio?¿es posible que el precio de in medicamento influya también en nuestra respuesta a él?
Basándonos sólo en el precio, es fácil imaginar que un sofá de 4.000 euros será más cómodo que uno de 400. Por ejemplo, ¿será un analgésico barato menos eficaz que uno más caro?¿peor nuestro resfriado invernal si nos tomamos un medicamento para el resfriado que esta de oferta que si nos tomamos otro que sale más caro?¿Responderá peor nuestra asma a un fármaco genérico que a otro de la última marca que ha salido al mercado?¿Podemos suponer que un precio más alto implica una mayor calidad?, y ¿se traducen realmente nuestras expectativas en la eficacia objetiva del producto?
¿Estamos condenados, pues, a obtener un menor beneficio cada vez que se nos hace un descuento? Si dependernos sólo de nuestros instintos irracionales, en efecto, lo estaremos. Si vemos un artículo a mitad de precio, supondremos instintivamente que su calidad es menor que la del artículo al precio normal, y entonces haremos que de hecho lo sea. ¿Y cuál es el remedio? Si nos paramos a considerar racionalmente el producto en relación a su precio, podremos liberarnos de esta tendencia subconsciente a rebajar automáticamente la calidad junto con el precio de éste.
Cuando la gente piensa en un placebo como el toque real, normalmente lo desecha tildándolo de “simple psicología”. Pero lo cierto es que el poder de un placebo no tiene nada de “simple”, y en realidad refleja el asombroso modo en que nuestra mente controla nuestro cuerpo. No está muy claro el modo en que la mente obtiene esos sorprendentes resultados. Sin duda, una parte del efecto tiene que ver con la reducción del nivel de estrés, el cambio de las secreciones hormonales, el cambio del sistema inmunitario, etc. Cuanto más conocemos el vínculo existente entre cerebro y cuerpo, más cosas que antaño parecían perfectamente claras se vuelven difusas. Y en ningún otro caso resulta esto tan evidente como en el de los placebos.
En otras palabras: cuando se nos aleja de cualquier pauta de pensamiento ético, tendemos a caer en la deshonestidad. Pero si en el momento de la tentación se nos proporciona un recordatorio moral, resulta mucho más probable que seamos honestos.”
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