Dicen que cuando hay amor, lo demás no importa. No lo creo. El matrimonio hay que trabajarlo. El corazón, sin el acompañamiento de la cabeza, se vuelve muy peligroso, es cortoplacista, se guía únicamente de los sentimientos.
Comenzar es bien fácil, eso lo hacen todos. Lo importante es seguir caminando juntos ese primer día que amanece nublado en el que se siente el peso de la rutina. Estaría equivocado quien piense que al tropezar con esas dificultades se acaba el amor. Es justamente allí cuando necesita de la razón, para que saque a flote las armas para luchar como el esfuerzo y el compromiso. Bien dicen que los amantes son los que se quieren y los esposos los que se comprometen a quererse.
Existe una creencia tan falsa como incongruente según la cual, cuando el amor existe, no deberían presentarse dificultades. De esta forma, cuando llegan los conflictos, se interpreta que el amor está perdiendo fuerza. ¿Un conflicto es signo de falta de amor, o una llamada para hacerlo madurar, para quererse más y mejor? Es lo mismo que pasa con la desaceleración económica de este año, algunos la ven como una debacle y otros como una oportunidad para salir adelante.
La fidelidad no es conservar el amor de novios, es empeñarse en amar cada día un poco más al otro y se concreta en cada día tener un detalle especial, aunque sea pequeño, de cariño. Muchos se ilusionan con el amor de enamorados y piensan que al casarse la mecha estará igual de prendida, y la verdad, los que estamos casados lo sabemos, es que no es así. El amor madura, ya no ves estrellitas, sin embargo, es un amor que da paso al cerebro y no se centra únicamente en el corazón, en el feeling del momento, pero no por ello disminuye, al contrario, madura y crece.
Tomás Melendo, autor de más de 20 libros sobre matrimonios, decía que la clave para que un matrimonio sea feliz es obsesionarse en hacer feliz al otro. Para eso hay que leer libros adecuados, ponerse metas concretas, tener detalles de cariño, y sobre todo hacer un seguimiento de los mismos diariamente.
El problema acá es que la gente se casa pero no está dispuesta a aguantarle pulgas a nadie. Para que se termine el amor no hace falta violencia familiar, basta con dejar pasar como invitados a aspectos tan insignificantes como el aburrimiento o la falta de ilusión.
El infierno lo representa el pequeño desinterés del día a día, la cocina insípida porque a uno no le gusta la sal, las medias sucias en la cama, el baño desordenado y sucio, imponer mi orden en las cosas, y así sucesivamente, de menudencia en menudencia, hasta construir una pared de costumbres, que siendo naturales para cada uno, acaban siendo asfixiantes para el otro.
Y claro, como no están dispuestos a ceder, entonces optan por terminar, sin darse cuenta que los principales perjudicados son ellos mismos. Creen que ya no hay amor porque no tienen el mismo “sentimiento de cuando se conocieron”.
Mantener y hacer crecer la relación cuesta mucho esfuerzo pero no es imposible. Los sentimientos (que suben y bajan) pueden ser buenos aliados y por ello nos corresponde a los esposos avivarlos y hacerlos crecer cada día para que acompañen al compromiso adquirido.
¿Cuál es la solución cuando ya no hay amor? Amar más. Hay un conocido proverbio que dice: Si ya no estás enamorado, actúa como si lo estuvieses, y terminarás enamorándote de nuevo. Quizás sea esta una de las claves de la diferencia entre el enamoramiento y el amor. El enamoramiento viene y va, el amor se quiere, se busca, se defiende y se trabaja.
Ya lo decía Aníbal Cuevas, “Dedicar parte del tiempo a pensar en cosas pequeñas que puedan mejorar la relación con el cónyuge, buscar minutos para estar a solas con ella, impedir que otro/a ocupe en la cabeza el lugar que sólo le corresponde a él/ella, es “blindar” el matrimonio.
Melendo decía también que muchas personas piensan que el amor fuerte es el que despierta pasiones y sentimientos volcánicos y ello encierra un gran peligro para el amor verdadero. El amor más fuerte es el que supone querer al otro cada día, no haciéndolo depender de emociones fuertes.
“El secreto de la felicidad en el matrimonio está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar, en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo bien hecho de todos los días, en el que colabora la familia entera. En el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad”, decía un santo de nuestros días.
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