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Esa meta tan esquiva llamada felicidad






Esta semana recibí el artículo que publico a continuación, del boletín del IESE, (No. 2 a nivel mundial según el ranking de MBAs 2008 de la revista The Economist), con la venia de su autor, uno de los mejores profesores de la escuela, el Sr. Manel Baucells. Los dejo con la primera parte del artículo:

En los últimos años, la ciencia de la felicidad se ha consolidado como una nueva área de estudio que trata de determinar qué es lo que nos hace felices. El dinero suele ser lo primero en que pensamos. Pero, aunque el progreso económico es uno de los factores que mejora nuestro bienestar, nos engañamos y creemos que tener más dinero nos hará más felices de lo que en realidad nos hace.

El concepto económico de “utilidad” mide la satisfacción que nos procura el consumo de bienes y servicios, ya sean las necesidades y comodidades de la vida o el tiempo que pasamos con la familia y amigos, haciendo deporte, descansando, etcétera. A partir de este concepto, la felicidad se puede definir como la maximización de los comportamientos propios capaces de aumentar esa utilidad, es decir, la capacidad de satisfacer nuestras necesidades.

Si nos paramos a pensar en nuestra vida de cada día, el tiempo se revela como el recurso limitado por antonomasia. ¿Qué relación guarda el tiempo con el dinero y la felicidad?

En su artículo “Happiness and Time Allocation” (“Felicidad y reparto del tiempo”), el profesor del IESE Manel Baucells y Rakesh K. Sarin, de la UCLA Anderson School of Management de la Universidad de California, postulan que las personas más felices son aquellas que alcanzan un equilibrio adecuado entre trabajo y ocio. Si el trabajo proporciona dinero para consumir, y el consumo proporciona utilidad, lo mismo sucede con el ocio. Aunque la capacidad de adaptación del ocio es menor que la del consumo, es vital para comprender plenamente la felicidad, aseguran los autores. La amistad, la familia, dormir bien y hacer ejercicio aumentan la satisfacción personal. Aun así, muchos suelen renunciar a las actividades de ocio para trabajar y ganar más dinero en la falsa creencia de que cuantos más ingresos tengan más felices serán.

Los autores no ponen en duda los hallazgos empíricos que señalan que los ricos son generalmente más felices que los pobres, pero demuestran por qué la evolución de los índices de felicidad ha permanecido plana a lo largo de los años a pesar del espectacular aumento de la renta real en los países desarrollados. En Japón, por ejemplo, aunque la renta per cápita real se ha quintuplicado, no se ha registrado un aumento del índice medio de satisfacción personal. Otro tanto ha ocurrido en Estados Unidos y Reino Unido. El modelo del reparto del tiempo que presentan los autores explica porqué.

Adaptación y comparación social

Existen numerosas pruebas de que la utilidad derivada del consumo depende principalmente de dos factores: la adaptación o habituación a los niveles de consumo y la comparación social con un grupo de referencia o entre iguales.

¿En qué consiste la adaptación? A alguien que en sus tiempos de estudiante tenía un coche pequeño y viejo puede satisfacerle temporalmente la compra de otro nuevo más grande cuando consigue su primer trabajo, pero enseguida se adaptará al nuevo vehículo y lo asimilará como parte de su nuevo estilo de vida. Lo mismo sucede con los monos. En un experimento en el que a unos monos se les dio pasas en lugar de la manzana a la que estaban acostumbrados, sus neuronas se dispararon en respuesta al cambio. Sin embargo, tras darles pasas unas cuantas veces, la euforia terminó. Los animales se habían adaptado al nuevo alimento.

La comparación social también influye enormemente en nuestro nivel de felicidad. En general, nos comparamos con personas de un estatus y una renta similares al nuestro. Por ejemplo, es muy poco probable que un profesor universitario se compare con una estrella de cine o un “sin techo”. Lo más seguro es que compare su posición con la de otro profesor de una universidad parecida. Los medallistas olímpicos también se comparan con quien tienen por debajo y por arriba. Un estudio halló que los atletas olímpicos que ganaron una medalla de bronce son más felices que los que ganaron una de plata, ya que los primeros se comparan con quienes no obtuvieron ninguna medalla, mientras que los segundos se lamentan por no haber conseguido el oro.

Aunque la adaptación y la comparación social son hasta cierto punto inevitables, los autores creen que tienen efectos perniciosos que limitan nuestra capacidad para encontrar la verdadera felicidad. Necesitamos dar con maneras sanas de moderar estos dos factores, afirman. La meditación y la oración son algunos “ejercicios de reencuadre” que pueden ayudarnos a ver las cosas en su justa medida y atenuar la insatisfacción que produce la insidiosa comparación social.

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