A continuación publico un resumen de mi más reciente artículo publicado en la edición de Mayo de la Revista Harvard Deusto Business Review.
En medio de un entorno empresarial que valora cada vez más la innovación como un requisito si ne qua non para el éxito, es lógico que se busque innovar a toda costa. Quizá valdría la pena reflexionar sobre el concepto de innovación e incorporar un componente de transformación.
Esta, por su carácter permanente y por la persistencia requerida para alcanzarla, debe ser asumida por los líderes como el requisito indispensable no solo para innovar, sino sobre todo para sobrevivir y construir organizaciones sólidas, que crezcan y permanezcan en el tiempo.
Los ingredientes:
Perseverancia, para continuar hasta alcanzar el objetivo.
Paciencia, para sobrellevar las dificultades.
La capacidad de priorizar tareas y de no vivir obligados a crear algo nuevo todos los días, sino a hacer mejor las cosas.
Y hay que cultivarlos porque estos ingredientes no son hereditarios ni vitalicios. Y es que los grandes descubrimientos de la humanidad, aquellos que realmente clasificarían como innovaciones, fueron producto de la perseverancia, la paciencia y, sobre todo, de la capacidad del hombre de redescubrir la verdadera función de las cosas.
Es entonces el esfuerzo constante y sostenido, y no única o necesariamente la innovación, la matriz del éxito empresarial. Una mirada contraria a esta puede conducir incluso a la insatisfacción y, por supuesto, a la mediocridad.
¿Esto implica que debemos dejar de innovar y declararle la guerra a la innovación?
El objetivo no es descartar la innovación de plano, sino entenderla en su total dimensión y a profundidad, para darle su espacio como una generadora de transformación.
En su libro “The Upside of Turbulence”, Donald Sull, profesor del MIT Sloan School of Management, define a la innovación como “una combinación de recursos existentes”. En pocas palabras, hacer lo mismo, de una manera distinta, optimizando recursos.
Pareciera entonces que la respuesta es volver a los orígenes. Recuperar la esencia de las cosas e identificar cuál es el valor principal que estas tienen.
¿Cómo medimos el éxito de nuestras organizaciones o el de nosotros mismos? Con un metro o un reloj?
El primero nos permite medir nuestros pasos y ver qué tanto hemos avanzado. Suena bien, sin embargo, el metro no necesariamente mide la profundidad y permanencia de ese avance.
El reloj, medirá nuestra persistencia y constancia. Es decir, cuánto tiempo aguantamos en cada paso y, por tanto, cuánto nos esforzamos, nosotros y nuestras organizaciones en trabajar a profundidad en cada uno de los pasos necesarios para transformar.
Rompamos con el metro, abracemos la rutina…y a cocinar!
La primera regla de la innovación es, entonces, la constancia y comprender esta como un necesario ejercicio de paciencia, tolerancia y resistencia a la frustración.
Amazon no fue exitoso por innovar con un carrito de compras, sino que ha sido su laborioso y afinado análisis de datos que le ha permitido conocer, comprender y adelantase al consumidor a tal punto que hoy es una de las empresas más transformadoras y exitosas del mundo.
Romper la rutina y empezar desde cero parece ser, entonces, el nuevo normal. Pero ello, desde el punto de vista de un directivo, debería ser visto como una innecesaria loa a los tiempos de inmediatez y velocidad en los que vivimos y frente a los que no podemos claudicar.
La innovación entonces, aquella que realmente transforma, se cocina a fuego lento. El secreto está en la ilusión de terminar las cosas ya empezadas, darles un significado, y convertir los proyectos en productos que realmente cambien una realidad.
La clave reside en la transformación, pero en una transformación personal, y esta debe ser el requisito indispensable no solo para innovar, sino también para conseguir empresas sólidas, duraderas, que crezcan y que sean reconocidas por su desempeño y su cultura empresarial. No vamos a transformarnos leyendo artículos, sino desarrollando nuestro talento para saber en que y como transformar, esforzándonos, y con mucha paciencia, sabiendo que no ganamos nada enfadados con el tiempo. Como decía Alvaro Gonzales Alorda, del IESE, lo que falta no son gestores de transformación o innovación, sino líderes con la capacidad de transformar. ¿Tendremos esa capacidad para transformarnos primero nosotros y luego inspirar a los demás a hacerlo?
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