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oy cumplo 32 años y he decidido escribirles sobre la felicidad. Pero la verdadera felicidad. Aquella que está dada por vivir con la conciencia en paz, que está por encima de la enfermedad, por encima de los problemas o sufrimientos que todos pasamos y con los que tenemos que convivir. No me refiero a la alegría fácil y pasajera, fisiológica, “de animal sano”, la que viene por el lado de una buena fiesta, la compra de algún bien, cosas que me parecen muy buenas pero que no logran darnos esa alegría permanente. La alegría a la que me refiero es algo más íntimo: algo que nos hace estar tranquilos, rebosantes de gozo, aunque a veces el rostro permanezca sereno, pero con la tranquilidad de saber que lo que estamos haciendo está bien. Esa es la alegría que vive con nosotros para siempre.
Conseguirla no es fácil. Muchas veces tiene “sus raíces en forma de cruz”. Muchos la han encontrado de casualidad, y en donde menos la buscaban, que es en los problemas, en la adversidad.
Un caso que leí recientemente y me impresionó fue el de John de Zulueta, exitoso empresario español. Tal como en el caso de Christopher Reeve, Superman, que revisamos hace tres semanas en el artículo “Bienvenida la Adversidad” quien sufrió tontamente un accidente que lo dejó paralizado por el resto de su vida, en este caso también el destino vuelve a adoptar un rostro cruel. Este ejecutivo, amante del deporte, es paralizado por una insignificante garrapata que le picó. Sin embargo, en lugar de deprimirse aprendió y grabó enseñanzas valiosísimas. En una entrevista con Alvarez de Mon en su libro “Desde la adversidad” le dice: “¿Cual es tu primera reacción cuando te dicen que vas a vivir en una silla de ruedas por culpa de la picazón de una garrapata?. Al principio te preguntas, ¿como me ha pasado esto? ¿Es una broma del destino? ¿Por qué a mi, habiendo sólo dos o tres casos por año? Luego te pones a interrogar a los médicos, a estudiar sobre temas neurológicos…tu mundo viejo se ha ido, y de este nuevo no tienes ni idea… ¿Por qué de un boleto entre un millón, me ha tocado a mi esta lotería? Ha sido porque la vida me ha tratado tan bien y ahora tengo que pagar el precio justo?” A pesar de su justificable reacción, supo salir adelante, como el caso de tantos que hemos visto en los artículos pasados de este blog.
La pregunta del millón es: ¿Que hacer en ese tipo de situaciones? ¿Volver a leer notas tomadas de un curso de motivación, de superación? Probablemente sirvan de poco. Lo único que sirve en ese momento es la seguridad de que todo pasa por algo y nada es casualidad en esta vida – Dios sabe porqué hace las cosas – y la capacidad de luchar para mantener el espíritu positivo. Cuesta abandonarse y mirar con buenos ojos lo que pasa, pero es lo mas valioso en esos momentos. Uno de los consejos mas sabios que he leído sobre la alegría la dice San Josemaría: “¿No hay alegría? —Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. —Casi siempre acertarás.”
Mar Cogollos, a quien mencioné un par de artículos atrás, aquella joven psicóloga mundialmente famosa que por un accidente quedó hemipléjica, nos dice en plena depresión en su libro: “Descubrí que podía hacer mucho por los demás. Ayudarme y volcarme con ellos hizo que pasase de puntillas por la fase de la depresión. A todos les sorprendió, a mi también, lo pronto que aterricé y acepté mi nueva condición. Pensé que si aquel día no me quedé allí es porque aún tenía cosas importantes que hacer en esta vida.” Esto me trae a colación una frase que leí hace algún tiempo: “¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan.” No nos damos cuenta que el principal beneficiado en un acto de dar a los demás, no es el que recibe, sino el que da, porque es el que se queda con la alegría interna de haber hecho lo correcto.
Al respecto, Santiago Alvarez de Mon nos dice que “No hay persona que en sus cabales sea capaz de aguantar una continua observación de si misma. El que se presta mucha atención, el que se embadurna solazadamente en su propio barro es mas propenso a cazar este virus moderno de la depresión. Por el contrario, las personas que tienden a vivir hacia fuera, que expansivas abren brazos donde todos entran, son fuertes y resistentes al contagio depresivo. No es que estén inmunes, quien puede decir de esta agua no beberé, pero las personas serviciales y generosas llevan mejor los embates de esta epidemia que solo a los psiquiatras tiene felices.”
Estoy seguro que podemos aprender mucho mas de la gente discapacitada, de las personas que viven en los suburbios y llenas de problemas, de las que sufren injusticias, de las que han sido golpeadas y heridas, que de las listos, inteligentes y famosas. Y es que las adversidades enseñan más que las explicaciones perfectas de científicos eminentes o pedagogos enredados en sus esquemas. A través de su crecimiento, aceptación y entrega, la gente herida nos ha enseñado que debemos aceptar nuestras debilidades y no pretender ser siempre fuertes y capaces porque es allí donde creamos barreras para ser felices. Esto no quita que siempre luchemos incansablemente por ser mejores.
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