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La adversidad, esa maestra


«Todo el mundo descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta». Santiago Alvarez

Hoy en día se habla mucho sobre la crisis mundial que supuestamente está por venir, sin embargo, hay crisis mucho más importantes e impactantes que esa, la crisis personal, también llamada adversidad. ¿Alguien puede decir que no conoce la adversidad? Una “exigente maestra” que se suele presentar a distancia de días disfrazada de muerte de un ser querido, despido, desilusión, angustia, etc.  Muchos la evitamos a como sea, pero ¿Cómo seríamos si no hubiésemos tropezado con la adversidad? Seguramente orgullosos, superficiales, y probablemente no tan felices. Dicen que quien no ha pasado un gran sufrimiento, no ha conocido una gran felicidad, ya que es justamente en los cambios de un estado a otro cuando la valoras. Una persona que siempre ha tenido todo en su vida, probablemente la mayoría de las cosas le aburran, si lo comparamos contra uno que después de pasar muchos problemas y encausar su vida, disfruta de cosas que nunca ha tenido antes.

 Luis de Moya, un tetrapléjico, habla en su libro, “La quinta esencia del sufrimiento” sobre la falta de sentido en el dolor humano: sufre de verdad el que no sabe por qué. Esto sucede, por ejemplo, cuando el dolor es muy intenso y prolongado o sin esperanza de mejora y sin una visión trascendente de la propia existencia.

Peter Drucker, el padre del Management, decía que la mayoría de problemas en el mundo no ocurren porque se presentan mal las soluciones, sino porque las preguntas están mal planteadas. Cuando llega la adversidad, la pregunta correcta no es ¿Por qué? Sino ¿Para qué? ¿Qué quiere Dios de mi con este dolor? ¿Para qué me lo he enviado? Es decir, ,encontrarle un sentido al sufrimiento, un sentido a la vida.

Nos dice también que “Podemos plantearnos diversas formas de remediar nuestro dolor. Quizá pensamos ante todo en la ayuda y el consuelo que pueden ofrecer los demás, pero esto es la segunda parte. El primer remedio para el sufrimiento está en uno mismo, en el que sufre. “La enfermedad -por ejemplo- me es dada como una tarea; me encuentro con la responsabilidad de lo que voy a hacer con ella. Para curar a una persona lo único que necesitas es ayudarle a que encuentre un sentido a su vida. Cuando un hombre tiene un por qué vivir, soporta cualquier cómo” (V. Frankl, El hombre en busca de sentido).

 lgunos necesitan forzar periódicamente la diversión, si no -incapaces de ver atractivo en el trabajo, en la amistad, en la generosidad…, en lo ordinario de cada día- la vida les resulta insípida cuando no amarga. Buscar ser y estar felices es un equipaje necesario para viajar por este mundo, pero esa felicidad, a veces viene de la mano de la adversidad.

Francesc Mirailles, en “Conversaciones sobre la felicidad”, decía que las personas que siempre quieren ser felices son las más desgraciadas que conoce. Y es que uno es feliz cuando se conforma con lo que tiene, cuando tiene la conciencia tranquila de saber que que está haciendo lo que debe. Y es que la infelicidad está causada por un exceso de deseos y sobreviene cuando nos marcamos unos deseos tan elevados que nuestra realidad choca con eso.

Cuando en nuestra escala de motivos y necesidades el dinero no ocupa un lugar destacado, sorpresivamente suele venir por añadidura.  Más que un objetivo preferente, se convierte en una grata consecuencia.  Esto es algo que me he encontrado en multitud de profesionales que a fuerza de disfrutar y sentirse intelectual y emocionalmente vinculados a su profesión, han acabado ganándose muy bien la vida.

 El hecho de querer fijar una posición respecto a si nuestra vida es o no feliz, puede llevarnos a conclusiones erróneas, más aun si es que tenemos razones para ser felices, como un buen trabajo, una familia a la que queremos o una posición económica estable. Con todo ello, habrán días en los que la pasaremos muy mal, si en cambio, entiendo la felicidad como algo que va y viene constamente, y lo interiorizo, seguramente tendré mucho más posibilidades de serlo, ya que me guiaré por parámetros que no dependen necesariamente de los estados de ánimo. Ya lo decía Santiago Alvarez de Mon:  “Las alegrías y las penas son un componente inevitable de la aventura de vivir.  Encuentros inolvidables, despedidas desgarradoras, situaciones hilarantes, reuniones tediosas y lentas, risas contagiosas, lágrimas desbordadas, conversaciones empáticas, desencuentros repetitivos, éxitos deslumbrantes, errores clamorosos, jalonan la controvertida y dual trayectoria de nuestras vidas.  Aceptar que hoy me siento triste, que me faltan las fuerzas, que me reconozco limitado y vulnerable, y que pese a todo aspiro a seguir aprendiendo con humildad, paciencia y sentido del humor, puede ser la mejor fórmula para que la felicidad me visite con cierta frecuencia.”

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