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Lo que me hubiese gustado saber a los 20


Por alguna extraña razón, cuando pasas los 40 parece que la vida pinta más a drama que a comedia y si no aprendes a gestionarla, probablemente, termine en tragedia griega.

A los 20 nos preocupamos por aprender los cursos de la Universidad. Recién me he dado cuenta de que pasada esa etapa lo que tengo que aprender es a cuestionarme las preguntas importantes, a pensar lo que pienso, a tomar decisiones apoyándome en un corazón inteligente y en una razón sensible y en alinear lo que pienso, digo y hago.

Hoy me cuestiono si lo importante es solo el dinero que puedo ganar o lo feliz que puedo ser. Estoy aprendiendo a buscar mi felicidad limitando mis deseos en vez de satisfacerlos. Y es que entender la realidad para gestionar mejor mi vida es crítico porque mi felicidad no depende de mi realidad sino de cómo la interprete. Neil Pasricha, New York Times Best Seller 2010-2015, con más de 1 millón de libros vendidos, dice que solo un 10% de tu felicidad (o tu tristeza) dependen de las circunstancias y el 90% de la actitud con la que las asumas.

Si no tenemos claros ciertos conceptos, buscaremos la felicidad donde no está. Como decía el Papa Francisco: “Me gustaría que recordaras que ser feliz, no es tener un cielo sin tempestades, camino sin accidentes, trabajos sin cansancio, relaciones sin decepciones. Ser feliz no es sólo vivir de sonrisas, sino también reflexionar sobre la tristeza.”

Y Santo Tomás la describía muy bien: “La tristeza es un vicio causado por el desordenado amor a sí mismo, que no es un vicio especial, sino la raíz general de todos ellos. Ya se ve que el remedio para escapar de ello es que cuando uno se siente triste, es cuando más necesita pensar y hacer algo por los demás.”

¿Y cómo aplico todo esto para trabajar mejor?

La mitología griega nos puede dar algunas pistas. Cuentan que Dédalo era un inventor muy hábil que vivía en Atenas. Tuvo dos hijos: Ícaro y Yápige.

Minos encerró a Dédalo e Icaro en un laberinto en Creta. Desesperados por salir, se le ocurrió a Dédalo fabricar alas con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando del laberinto. Y el esfuerzo valió la pena. Pero antes de salir, Dédalo le advirtió a Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se le mojarían, y se harían demasiado pesadas para seguir volando.

Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, pero después se creyó inmortal, empezó a volar cada vez más alto olvidándose de los consejos de su padre y se acercó tanto al sol que se derritieron sus alas, cayó al mar y se ahogó.

Y creo que a los 40, muchas veces nos pasa lo mismo que a Icaro porque nos terminamos quemando con el sol. Y esto pasa cuando:

  1. Buscamos el aplauso de los demás para alimentar nuestra soberbia y no soportamos las correcciones.

  2. Trabajamos únicamente para hacerle creer al gerente de turno que lo hacemos bien, sin revisar realmente si es un trabajo bien acabado.

  3. Olvidamos que el trabajo debe servir para mejorar la vida de otros y como una feliz consecuencia de ello, ganar dinero, y no al revés.

Y por otro lado, volamos demasiado bajo y nos ahogamos cuando

  1. Nos rendimos a la mitad, sin dar todo el esfuerzo del que somos capaces para sacar la empresa adelante.

  2. Le ponemos peros a todo, somos pesimistas y lo contagiamos a los demás. (Y es que somos como “focos con patas” porque transmitimos energía, unos tienen 3,000 megas y otros van quemados.)

  3. Trabajamos mal, sin ilusión, aburridos y solo por cumplir con lo mínimo indispensable.

  4. No nos preocupamos por aprender más, seguir estudiando para especializarnos y ser referentes en lo que hacemos.

En fin, cada uno escoge la vida que quiere vivir. Cuanto me hubiese servido saber todo esto a los 20…

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