“Queremos vivir en la mente de los demás con una vida imaginaria y por eso nos esforzamos en aparentar. Nos ocupamos intensamente en embellecer y conservar nuestro ser imaginario y nos desentendemos del verdadero.” Pascal.
Hoy, está tan arraigada la creencia de que el dinero compra la felicidad, que muchos que se la creen terminan estrellándose contra una realidad esquiva y diametralmente opuesta a ese razonamiento.
Si bien es cierto, el dinero no da la felicidad, como lo comentaba en mi anterior post, sí la puede comprar. La duda es cuánta cantidad. Y no es tanta como uno espera, y ello, porque no sabemos administrar el dinero. Nos acostumbramos demasiado rápido al nuevo tren de vida y nos comparamos con personas más afortunadas, lo cual disminuye nuestra felicidad.
Muchas veces hablamos de la falta de dinero como una de las causas de nuestros males. Atribuímos que por eso no podemos ser completamente felices, que no tenemos todo lo que deseamos y que siempre nos está faltando algo para ser “iguales” a los demás, incluyendo en “todos los demás” a unos pocos que pueden tener alguna superioridad en un bien material por ejemplo. Sin embargo, el dinero no siempre nos permitirá cubrir las necesidades y lograr satisfacciones, y una vez que lo obtengamos, nos daremos cuenta de que igual nos siguen faltando otros bienes.
Manel Baucells, Profesor del IESE e Investigador sobre este tema, indica que el problema parte de mucho tiempo atrás. Explica en su estudio que la economía tradicional consideraba todos los bienes como básicos, y para nosotros en cambio, existe una enorme diferencia entre la felicidad que proporcionan los bienes básicos y los adaptativos. Un bien básico satisface una necesidad objetiva y genera siempre la misma cantidad de satisfacción; en cambio, un bien adaptativo proporciona una satisfacción subjetiva y variable según las propias expectativas y las referencias. Por ejemplo, tener un auto es un bien básico, pero cuando pasas del Toyota Corolla del 90 al BMW 325 del año, lo conviertes en un bien adaptativo. Un Toyota antiguo puede proporcionar mucha satisfacción y un BMW muy poca…, si lo comparas con el Porsche Panamera del vecino.
El tema es que se puede vivir feliz aunque no te envidien. Vivimos pendientes de lo que los demás piensan de nosotros. Es más, nos enfocamos más en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo. Y lo anecdótico es que los demás están demasiado preocupados por lo que tú piensas de ellos para fijarse en ti. Es decir, te gastas hasta lo que no tienes y te compras la camioneta del año para quedar bien con todos y para lucirla, y en realidad a la gente le importa un comino tú y tu camioneta.
En 1938 Harvard puso en marcha el Estudio Grant (Que aun está en curso) para dar seguimiento a la vida de 268 de sus estudiantes, de 18 años de edad o mayores, y determinar entre otras cosas, que características, hábitos o experiencias permiten prosperar a las personas. El estudio confirmó algunas cosas que el sentido común nos dice que son ciertas: que recibir amor en la infancia anuncia felicidad en la edad adulta, que los hombres son más felices en sus años de madurez si están cerca de sus hijos y que uno de los factores predictivos de la felicidad en la vejez es tener un buen matrimonio.
Enrique Rojas, psiqiatra español mundialmente conocido por sus más de doce libros escritos sobre temas relacionados a adversidad, depresión, autoestima, recomienda para vivir una vida feliz cosas sencillas, como las siguientes:
1. Estar con gente feliz
2. Expresar el amor a otra persona
3. Estar con alguien a quien se quiere
4. Reír con amigos
5. Dormir bien por la noche
6. Escuchar música
7. Sonreír a los demás
8. Compartir la alegría de que a los amigos y la familia les ocurran cosas agradables
9. Hacer bien un trabajo
10. Aprender algo nuevo
Finalmente, Baucells recomienda que a través de algunas actividades como las prácticas espirituales, la meditación o el rezo, uno puede obtener una mejor perspectiva de la vida y reducir los efectos perjudiciales de la comparación. ¿Lo intentamos?
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