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Mi padre, un ejemplo a seguir

Paradojas de la vida, hace 4 meses le escribía una carta a mi hijo para que la lea en el futuro y hoy actualizo un artículo que escribí a mi padre hace 4 años para que lo lea en el cielo.

Hay personas que inspiran, que lideran desde el ejemplo, que no brillan, sino iluminan la vida de otros y una de ellas fue mi padre. Acaba de fallecer. Un héroe, un santo.

Fue mi modelo de prudencia y de bondad, un hombre extremadamente bueno, de esos que aparecen en el mundo, de tarde en tarde, a distancia de siglos. Tuvo unos valores y principios inquebrantables que contagió a todos.

Su sello diferencial fue su increíble capacidad de darse a los demás un día sí y otro también, a su familia, a sus amigos y a sus pacientes. Jamás lo escuché quejarse de nada, ni siquiera estos días, saturando oxigeno al 84%, se ahogaba y no quería que los demás suframos. Una habilidad extraordinaria para enfrentarse a la adversidad, que no faltó en su vida. Siempre fabricó una respuesta a la altura de ésta.

Abraham Zavala Stambury, no sólo fue el padre ejemplar de 4 hijos, que sin descuidar su labor de médico, siempre estuvo en la foto de la familia. Fue también un esposo, comprometido y leal (61 años de matrimonio), un hijo amoroso y preocupado siempre por sus padres, un abuelo que no solo engrió sino aconsejó a sus nietos, un médico generoso que atendió gratis y siempre con una sonrisa (su principal abre puertas) a muchísimos pacientes, un amigo muy divertido y dedicado que transformó muchos matrimonios, un profesor que enseñó a curar almas, y un hermano que siempre adivinó las necesidades de su familia. Cumplió todos sus roles a la perfección. En resumen, hizo las cosas ordinarias, de manera extraordinaria.

Ahora que muchos buscan ideas para salir de esta crisis, valdría la pena tomar en cuenta su vida. A lo mejor el remedio es el que él practicó a diario en su consultorio y en su hogar: trabajo bien hecho, con amor, con esfuerzo, perseverancia y buen humor. Justo lo contrario de lo que venimos haciendo. Y ya ven cómo nos va.

Mi padre tuvo la inmensa fortuna de curar a San Josemaría Escrivá de Balaguer, a quien le preguntó sobre la muerte, y le contestó que la muerte es “Una puerta que se abre al amor, a la felicidad, a la alegría, al descanso. No hay que esperarla con miedo. Tiene dos caras: una da hacia nosotros, los que nos movemos en el tiempo; es más bien fea, triste, deforme, repugna al poco de producirse. Pero tiene otro rostro, el que da a la eternidad, el que ve Dios. Éste es como el rostro de un niño recién nacido, porque inicia la vida que ya no muere. No es el final, es el principio.”

Cumplió largamente su misión y volvió a su verdadero hogar, el de la eternidad, allí se está mejor. Y lo bueno es que está también al lado de mi madre, otra santa (de altar) que también nos dejó hace unos días. Volver a casa es parte de la vida. Estoy triste pero a la vez muy tranquilo porque me fio de Dios, sabe más. Me toca pasar la página, dejar el pasado a donde pertenece, seguir caminando y disfrutar mi viaje, tal como lo hicieron mis padres. El dolor pasará seguramente cuando deje preguntarme y pedirle explicaciones al pasado y comience a generar nuevas ilusiones. No gano nada si me peleo con la vida. Es la baraja de cartas que me repartió, y tengo que seguir jugando la mano con ellas, con esperanza, porque tengo la seguridad de que con Dios, siempre gano, esa es mi ventaja. Sacaré a relucir más seguido los verbos más importantes en esta nueva etapa de mi vida, como resistir, recomenzar, luchar, esperar, extrañar, perseverar, sentir, pensar, inspirar, rezar y confiar.

No ha muerto en mí, permanecerá en mente y corazón, tan real en mi memoria como lo fue en vida. Me toca mantener la conversación pero en un lenguaje distinto y con la mirada al cielo. De hecho, en mis últimas palabras con él, y en el mensaje final que le grabé, le comenté que pronto hablaríamos mucho más que antes. Y es que los que se quieren, siempre van a procurar verse.

Guardo en mi corazón todo lo que aprendí de él, y desde la admiración más profunda, fijo allí mi objetivo, intentando dejarle a Rafita la misma huella. Mientras tanto, debo seguir caminando, es lo que él hubiese querido de mí. Papi, no te digo adiós, sino un “Hasta que la vida nos vuelva a encontrar”. Hasta siempre!!

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