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¿Por qué trabajamos?


¿Cuál es nuestra motivación en el trabajo? ¿Nos movemos hoy en día por el dinero, por una necesidad de atención y elogios o por algo que importe más? ¿Qué nos impulsa a trabajar y a hacerlo bien?

No hay duda que la remuneración económica y el deseo de un ascenso son dos de los factores de motivación más importantes, ¿pero serán los únicos? ¿serán los más importantes? No lo creo, cada vez hay más indicios de que nos sentimos impulsados por otros, como la obtención de un mejor “salario mental” (salario relacionado con la calidad de vida) o más importante aún, por algo más interno, por nuestro deseo de hacer las cosas bien, ya sea por una motivación espiritual o de superación de la propia persona.

Comprender qué nos impulsa a trabajar puede ayudarnos a enfocar lo que realmente vale la pena, a sobrepasar mejor etapas en las que uno siente que todo le sale mal, o que está aburrido del trabajo, o que su relación con el resto de empleados es mala, ya que sabe que lo que hace tiene un valor que va más allá de su sueldo, o de quedar bien con su jefe, es un reto personal que tiene una motivación propia. El sólo hecho de tener esa motivación personal, hace que uno trabaje mejor, con más empeño, más dedicación y eso muchas veces marca la diferencia de un trabajador bueno con uno excelente.

Ya hemos dicho en anteriores artículos que sólo triunfan los que dan todo lo que llevan dentro, y dar eso implica que uno tenga un sólido compromiso con su trabajo y tenga un orden de prioridades que le ayude a valorar y priorizar lo que es más importante.

Un gran ejemplo fue Konosuke Matsushita, fundador de Panasonic. Su cuñado, Toshio Lue, dijo de él: “No pienso que Matsushita fuera una persona brillante o un hombre de gran talento. Sin embargo su celo y dedicación por el trabajo eran excepcionalmente elevados” . Seguramente muchos “gurús” hubiesen dicho que Matsushita triunfó por tener un coeficiente intelectual sobresaliente, y una visión espectacular, pero su cuñado, que lo conocía perfectamente, eligió algo tan lejos de ello como el compromiso y la dedicación por hacer las cosas bien hechas.

Anne Sullivan decía de Helen Keller, aquella mujer ciega y sorda que logró desarollar muchas cualidades de manera impresionante: “No veo en Hellen el intelecto de un genio, ni una gran originalidad, ni un poder especial para la creatividad. Ella escribe bien, no por virtud de un talento natural, sino gracias a una revisión y un trabajo escrupuloso, a un modo de pensar concienzudo y paciente, gracias a una atención diligente y abierta a la crítica de sus maestros. El secreto de su avance es el trabajo y el compromiso”. Hellen no era ninguna tonta, era una persona inteligente, despierta, sin embargo, vemos como al igual que Matsushita, lo que más se destaca de ellos es el afán por hacer un trabajo a conciencia, y eso sólo se logra si hay ganas de querer hacer las cosas bien, y esas ganas sólo las tiene quien le da una motivación adicional a su trabajo. 

Santiago Alvarez, gran pensador, que cito mucho en mis artículos decía que si no hay esfuerzo en el trabajo, si se elude todo vestigio de esfuerzo y sudor, difícilmente la paz nos anuncia su llegada. Y si finalmente lo hace, su vuelo será como el de una cometa ligera y caprichosa que viaja errática. En un mundo donde muchos se mueren de hambre, otros no encuentran un trabajo digno, es improbable pensar que en ese oasis de carencias y sinsabores, el vago encuentre su acomodo. El coraje y el optimismo son primos hermanos de la paciencia, ésta no nace por generación espontánea. A primera vista, fiable y testaruda, la dejas solita sin el escudo del optimismo como decisión y el coraje como actitud, y hasta ella se marchita y apaga como una vela.

Decía también que quizá el truco está en no mirar los acontecimientos que nos pasan con impaciencia, no medir los proyectos ni los trabajos en términos de semanas e incluso de días. A la vida hay que darle una oportunidad, con visiones cortoplacistas y guiños nerviosos no se deja seducir, no acaba de mostrar su mejor cara.

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