Cuenta la mitología griega que la ambición por vivir la buena vida llevó a Sibilia
de Cumas a pedir a Apolo, vivir tantos años como granos de arena pudiese encerrar en su mano, pero, pequeño detalle, se le olvidó pedir que dichos años vengan acompañados de la eterna juventud, así que con el paso de los años empezó a envejecer. La leyenda dice que vivió nueve vidas de 110 años cada una. Vivía con un solo deseo: morir.
Y es que la vida es lo que viene. Cuanta gente hoy, parece vivir así, muerta en vida, esperando que se acabe, mientras que otros viven sin límites, “como si todo se acabara aquí abajo.” Almas vacías, desilusionadas, insatisfechas, enfocadas en si mismas. Así, no hay quien tenga alegría en el viaje. La vida resulta rutinaria, aburrida. Sin fe, sin esperanza y sin amor.
Cuando se tiene un porque, se encuentra fácilmente el cómo, y la vida se vuelve más llevadera. Por el contrario, tienen destrozado el corazón quienes no conocen el para qué están aquí. Y una vida así, sin sentido, es una carga inaguantable que se llena de vacíos, de angustias y depresión.
Cuantas tristezas por no cuestionarnos a tiempo que tipo de vida vivimos y si vamos por el camino correcto. Al final, la vida no se mide en años, meses o días sino en momentos, y éstos, mueren rápido. Lo importante de esta carrera no es correr, es lo que vivimos mientras corremos hoy, aquí y ahora. El presente es el único momento que tenemos.
¿Estamos cumpliendo nuestros objetivos? ¿Cuáles eran? ¿Éxito?, ¿Felicidad? A lo mejor, antes de eso, debiéramos preguntarnos ¿Qué es el éxito para nosotros? ¿Quién lo define? Si nos vamos a pasar la vida persiguiendo un éxito que es definido por otros, siempre estaremos frustrados. Nunca habrán suficientes victorias, porque una vez que las consigamos, nos daremos cuenta que seguimos siendo infelices. Contra el pensamiento de la gran mayoría, primero se busca ser feliz, y como consecuencia de eso, uno es más productivo y tiene un mejor trabajo que le genera éxito. No al revés.
Cualquier edad es buena para darse cuenta de lo que hemos hecho mal y enmendar. Aprendemos a caminar cuando nos caemos. Y para ello hay que cambiar de chip, ir contracorriente, vencer las trampas mentales y darse cuenta de que todo lo que nos vende la vida en verdad no es tan bonito ni dura tanto como pareciera. Y es que…
La cabeza tenía que estar por encima del corazón,
La persona siempre fue más importante que la cosa,
La familia más importante que el trabajo,
El camino más importante que la meta,
El esfuerzo más importante que el resultado,
El ser feliz más importante que el hacer creer a los demás que eres feliz,
La capacidad de interpretar la realidad más importante que la realidad
El hoy más importante que el mañana porque éste depende de lo que hagamos ahora,
El tiempo era lo que teníamos que priorizar y no el dinero, en lugar de pensar en cómo ganar más dinero, pensar en como aprovechar mejor el que tenemos, en experiencias únicas y memorables que enriquecen la vida de los demás y la de uno.
Para darnos cuenta de esto, necesitamos identificar donde tenemos el corazón. No es difícil, basta mirar lo que hacemos sin mayor esfuerzo, a lo que le dedicamos más tiempo o lo que nos preocupa con verdadera ansiedad. Descubiertas nuestras verdaderas motivaciones, recién podremos definir si son las que nos hacen bien.
Ya se ve que la cabra tira al monte, que no es fácil desprenderse de hábitos y costumbres de los que somos prisioneros y quizá esa sea la tarea más impostergable urgente e importante que tenemos hoy.
¿Y qué voy a hacer con el resto de mi vida? Pensar bien, ser consecuente entre mis principios, pensamientos y acciones, para no llegar a la vejez con la amargura de haber vivido la vida que otros querían para mi y no tener el valor de tomar las riendas de la misma. En esta vida no hay mal tiempo, hay mala elección de ropa, de nosotros depende.
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