Somos muchos los que a veces tenemos muy mal carácter, de hecho he recibido muchos comentarios sobre el artículo de “Puedo controlar mi carácter?” razón por la cual estuve buscando escribir sobre el tema y encontré este texto en un libro de Tomás Melendo, en el cual nos brinda algunos consejos básicos que me he permitido copiar:
Estudiar los problemas mas que discutir sobre ellos. De la discusión no puede salir la luz porque la apaga el apasionamiento.
Pedir sinceramente al otro que nos explique su pensamiento. Nos sitúa en una condición óptima para contrastar objetivamente su deseo de fondo y provoca en el otro la actitud de apertura.
Cambiar uno mismo como invitación para que el otro modifique su conducta. El principio es el siguiente: si
quieres cambiar al otro, cambia tu primero en algo. Siempre existe algo en el tono de la voz, en el modo de recriminar, en el de presentar el problema, en el que uno puede mejorar. Basta que lo hagamos para que la otra persona también adopte esa actitud de inmediato y cambie. Ahora bien, sería exagerado pretender que desde ese momento no caiga más en el defecto admitido, basta que luche. Lo importante es que cada uno reconozca las propias deficiencias.
De nuevo el olvido de si mismo y la aceptación del otro. Si la discusión es con nuestro cónyuge, lo mas importante es el cariño, la comprensión honda y esforzada, la aceptación radical del modo de ser de nuestra pareja, y la falta de apego a nuestro yo.
No eludas la discusión por encima de todo, ni la cortes saliendo ostentosamente de la escena, cuando temes estar equivocado. Y si hubieses obrado así ten la honradez de volver, pasado el momento del enfado, y replantear el asunto hasta alcanzar el acuerdo deseable.
Ten la disposición habitual de reconocer tus defectos y errores y amar e incluso llegar a “sentir ternura” por los de la otra persona.
Si adviertes que has dicho algo no objetivo o injusto, retíralo de inmediato lealmente, pidiendo perdón si es necesario (es decir: casi siempre).
Evita agresivas y descalificadotas ofensas personales y actitudes irónicas o despreciativas.
Presta atención para no proyectar inconscientemente en el otro la razón de tu mal humor. Mas vale desaparecer de la escena por un tiempo que descargar sobre el otro una tensión de la que no tiene responsabilidad.
No levantes actas de las culpas de tu cónyuge o de con quien estés discutiendo, ni te empeñes en seguir echándole en cara otras cosas ya pasadas: menos cuanto mas graves o dolorosas hayan podido ser. Intenta vivir en el presente y mirar hacia adelante.
Esfuérzate por comprender, si es el caso, que la rabieta del otro está surgiendo de una momentánea necesidad de desahogo.
Permite al otro llegar hasta el final en la exposición de su malestar, intentando por todos los medios comprender su punto de vista, a menudo le bastará esa posibilidad amable de desfogue para calmarse en un 50%.
Procura exponer tus razones de forma clara y breve, con la máxima calma posible y, si eres capaz, con un tanto de humor (que equivale a saber reírte de ti mismo, a no tomarte demasiado en serio) pero jamás con ironía.
Consigue, como ya se ha sugerido, que incluso las discusiones mas violentas acaben con un gesto de reconciliación.
Recuerden que quien responde al desprecio o al odio con el amor, siempre vence.
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